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lunes, 8 de julio de 2013

La caña de azúcar sigue sin endulzar la vida de la mitad de los zafreros



José tiene 69 años bien escondidos en un cuerpo menudo, de manos callosas y brazos morenos y fuertes. Tiene una familia, un pahuichi en Colonia Aroma y su fuerza para cortar caña, sembrar yuca y maíz que le permiten sobrevivir. José dice que aquí hay que esconder bien los años, porque cuando uno envejece no le dan trabajo. Con su mujer, Augusta, y su nieto Leonardo ha quemado, cortado y amontonado media hectárea de caña, pero no sabe cuánto le van a pagar. Confía en que le pagarán, siempre ha sido así, pero el ‘cuánto’ nunca ha dependido de él.
José es uno de lo 8.000 zafreros que aún cortan caña de azúcar en los campos del norte, un oficio tan viejo y desigual que provocará que el ministro de Trabajo, Daniel Santalla, ‘baje’ desde La Paz el 12 de julio para ver por sí mismo los campamentos.

Abandone La Esperanza
Aquí, en la choza de Félix Cruz, la carpa azul que sirve de techo es tan poco útil para repeler el calor como para contener el frío o la lluvia. Félix no se queja, porque en la zafra nadie se queja. Cortar caña es un trabajo de 12 horas al día, con mala comida, sin seguro médico y con un colchón de paja que no ayuda al descanso, pero también es una fuente de acceso al dinero que les resuelve la vida por seis meses cada año.
Félix ha encontrado la forma de alargarlo. Aprendió que cuando se termina la caña en Bolivia maduran las frutas en el sur de Argentina. Después de Navidad, toma a su familia y se va a Mendoza a levantar las uvas. Luego pasa a Chile, donde siempre tiene el cuidado de quedarse menos de 90 días, para que su visado de turista no se caduque y pueda volver al año siguiente. Cuando vuelve a Bolivia, su suegro, que es contratista, le tiene listo una carpa y un puesto de trabajo en algún campamento.
Félix vive en el O5 de La Esperanza, el peor de todos los campamentos cañeros, según Julián Antonio Serrano, secretario de salud de la Federación de Zafreros, y Jesús Cayoja, jefe regional de Trabajo en Montero. El 05 tiene su fama bien ganada. Es un rejunte de chozas y de galpones de acero con paredes hechas de carpas jubiladas de camiones, cocinadas por el sol y heridas por el viento. Dentro de ellas, dos tablas hacen una cama, un tacú con una tabla pueden ser una mesa, un gancho sirve como alacena y un alambre de púas bien tensado se convierte en ropero.

En una de esas barracas está Gilberto Rojas Chambi, un Qara Qara potosino que ha crecido en estos campos. Tiene 18 años y está con toda su familia. Su madre, Julia, cocina para todos, mientras sus hermanos menores juegan entre la basura y la ropa recién tendida. Gilberto comenzó ayudando a su padre a cortar los cogollos de pasto en los campos de caña, un oficio que ha heredado su hermano Pedro, que cumplió 12 años.
Serrano, que hace tres años dejó de cortar caña para dedicarse a dirigente, admite que el trabajo infantil no se ha erradicado. Él cuenta que en el 05 no quieren mejorar las condiciones porque aseguran que los zafreros pasan allí solo tres o cuatro meses al año y no pueden afrontar una inversión que haga más humana la estancia.
Él ha pasado la mitad de su vida en la zafra. Llegó en 1986, relocalizado de las minas de Potosí por el 21060, enganchado por un contratista para cosechar algodón, pero sus manos pesadas lo convencieron de que era más apto para manejar un machete afilado que para manipular un capullo blanco.
Ahora está preocupado porque los cañeros que envían su producción a los ingenios San Aurelio y La Bélgica solo están pagando Bs 25 por tonelada cortada, pese a que se firmó un convenio laboral por Bs 31. “Los de Guabirá y Unagro lo están respetando”, asegura, pese a que en el recorrido se constató que en realidad están pagando Bs 30, algo ‘aceptable’ en este mundo.

Una vida al filo
Cayoja explica que los mayores problemas en los campamentos es que muchos no tienen agua potable, luz eléctrica y condiciones mínimas para ser habitados por humanos. Los patrones tampoco dotan de un guardacho (sobrepantalón) y un bracero (protector de brazo y hombro) a sus trabajadores. Mucho menos en darles botines de seguridad.
Así, cortar caña se convierte en una ruleta donde la suerte y la habilidad se disputan la carne del zafrero. Hay que tener siempre el machete bien afilado para que el brazo no se canse y se puedan cortar tres o cuatro toneladas de caña por día, pero eso baja el margen de error al mínimo. Sin una lona que cubra las piernas, los cortes en las canillas son comunes. Sin un bracero, el zafrero queda con el antebrazo verde, ‘por la mordida’ de la caña. No todo es malo. También hay campamentos modelo y tanto Cayoja como Serrano aseguran que Guabirá y Unagro son los que más cumplen con los convenios, porque buscan el triple sello que les permita exportar en mejores condiciones.
Tal vez por eso el campamento de Naicó parece un hotel al lado del 05. Se trata de un lugar limpio, con un gran galpón dividido internamente en habitaciones individuales, con duchas comunes y una cocina techada.
“Todos deberían ser así”, dice Cayoja, que admite que para su oficina es imposible hacer cumplir los convenios y leyes laborales cuando debe atender cuatro provincias y tiene una sola persona a su cargo.

Serrano tiene la esperanza de que el ministro sí pueda hacer cumplir las leyes y, sobre todo, los Bs 31 por tonelada de caña quemada, cortada y apilada. “Si no es así, nos vamos a declarar en emergencia”, le comenta a José Flores, que lo escucha sin demasiado interés. Ahora sabe que tiene que cobrar Bs 31, pero también recibiría menos que eso. Su pahuichi, su único bien material en esta tierra, necesita un cambio de techo de motacú. Calcula que necesitará cortar mucha caña para pagar los Bs 3 por cada hoja de palma que necesita para protegerse en la próxima temporada de lluvia. Eso y el hambre son más reales que cualquier reivindicación laboral


TESTIMONIOS

Gilberto Rojas Chambi
18 años, potosino
ACOSTUMBRÁNDOSE AL CLIMA
Va a buen ritmo. En tres días ha logrado quemar, cortar y apilar una chata de caña. Calcula que son entre 25 y 30 toneladas. Gilberto cuenta que no le molesta el frío, que él camina mejor así, pero que ya se está acostumbrando a trabajar con el calor cruceño.

Simón Quispe
Camireño, 42 años
La caña por las vacas
Simón aprendió a ser vaquero en Camiri, donde las vacas tratan de sobrevivir la sequía en invierno. Se vino a Warnes hace unos 20 años en busca de trabajo, pero ahora la zafra da más plata. Cada minuto, Simón abraza cuatro o cinco tallos y los corta y deshoja. Así dice que logra cortar entre seis y ocho toneladas por día. Todo un récord que le deja unos Bs 200 por 12 horas.

Eidi Flores
Guaraní del Bajo Isoso
La feliz enfermedad
Todos los años, el marido de Eidi dejaba su comunidad del Bajo Isoso para venirse a la zafra. Hace seis años cayó en cama y ella se vino con su familia a socorrerlo. Su esposo consiguió trabajo ‘haciendo de todo’ en el campamento Naicó y ahora Eidi cocina para los trabajadores mientras sus hijos van a la escuela. Allí aprenderán otro oficio, confía.

Alberto Choque
Potosino, 41 años
El buscavida solitario
Dejó Diavisla, en Potosí, cuando su pequeña hija murió antes de cumplir tres meses. Su matrimonio no soportó esa pérdida. Sabía de trabajar lejos de casa. Fue albañil y recolector en Orán, Villa 28 y Buenos Aires y aprendió a cortar caña en Bermejo, cuando volvió a Bolivia. Ahora vive solo en Colonia Aroma. Todos los días, despierta temprano, cocina, agarra el machete y parte al chaco a cortar caña.

HORA A HORA

Un oficio que se lleva dedos por falta de ropa de seguridad

Un machete bien afilado es suficiente
A la mayoría de los zafreros entrevistados, solo se les dio un machete ancho y con buen filo para trabajar. Solo a uno se lo vio con guardacho y bracero, pero no tenía ni sombrero o botines de seguridad.

La paga creció con el costo de vida
Julián Serrano comenzó a cortar caña hace 27 años y en ese entonces ganaba Bs 3 por tonelada. Alcanzaba más o menos para lo mismo: pagar la pensión, ahorrar muy poco y tomarse unos tragos en la quincena.

LAS MÁQUINAS LOS REMPLAZARÁN EN UN FUTURO CERCANO
El cultivo de la caña cada vez es más especializado y mecanizado y por ello Julián Serrano calcula que no pasará mucho tiempo hasta que el oficio del zafrero sea un recuerdo en el norte cruceño. “Cuando entraron las máquinas, muchos compañeros se enojaron, pero yo digo que está bien. Ellas hacen el trabajo de 300 personas todos los días, pero son muy caras”, cuenta.
Ahora hay trabajo para los zafreros en los chacos de los cañeros pequeños o en las estancias donde los bajíos no dejan trabajar bien a las cosechadoras de caña. Por ejemplo, en el recién inaugurado ingenio de Aguaí, todo es mecanizado y no ocupa zafrero. Los grandes cañeros también han invertido en maquinaria y han prescindido de la mano de obra y de los problemas que esto acarrea.
Sin embargo, muchos de los pequeños cañeros de la zona de Saavedra y Warnes aún utilizan el corte manual, al igual que la siembra.
Por ejemplo, Fernando Vaca y su familia viven todo el año del ciclo de la caña. Afincados en Portachuelo, solo se mueven de su casa en épocas de zafra. Ahora está en un campo de Saavedra, cortando caña junto a sus familiares, pero dice que lo hace como un favor, ya que a los agricultores les cuesta cada vez más conseguir mano de obra. Su verdadero negocio es sembrar y fumigar caña, un trabajo especializado que aún no ha sido remplazado por máquinas.
Serrano dice que ya se intentó, pero las experiencias no fueron buenas. Las máquinas sembraron todo el campo, pero la caña solo brotó en algunos lugares. “Al año siguiente la sembraron a mano y creció gruesa, bonita y pareja”, dice orgulloso.

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