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lunes, 18 de noviembre de 2013

La dura realidad en la zafra de Bermejo



Son los nómadas del siglo XXI. Hombres, mujeres y niños que andan de lugar en lugar en busca de trabajo y mejores oportunidades de vida. Se trata de los “jornaleros” que llegaron a Bermejo en esta última zafra y que como todos los años se enfrentaron a los terribles daños del sol, al agua contaminada para beber y a la inexistente atención médica.

Los hombres de familia trabajan desde que el sol se pone hasta que se quita, sus caras y ropas embarradas de tizne y sus manos lastimadas demuestran la rudeza de la jornada laboral, pero prefieren eso a estar pasando hambre con sus familias.
Aunque el dinero que les pagan suele ser poco debido a que todos los productos básicos se han incrementado, el zafrero José dice que su esposa hace milagros, luego se ríe y muestra sus ya maltratados dientes.
Nada más una vez en los más de 50 años que tiene de vida ha ido al médico, y fue un día que se cortó con un machete, de ahí en más dice que sólo se ha curado todas sus enfermedades, “no hay dinero pa’ gastar”, dice en un español que apenas se le entiende.
Benita es esposa de un trabajador cañero, se levanta todos los días antes de la cinco de la mañana a despedir a su marido hacia la jornada. Más tarde se encuentra con las otras mujeres rodeadas de sus pequeños hijos, quienes deambulan descalzos, con el rostro teñido y siempre de hambre.
No tienen televisión, ni siquiera radio, no leen los periódicos, ninguno de los entrevistados se enteró que muchas autoridades debaten hace más de cinco años sobre el cómo resolver su problema, sólo se dan cuenta que nadie lo resuelve.
Para ellos la economía siempre ha sido la misma: desde que nacieron viven en carencia, no han conocido los lujos, su dieta se centra en mote, huevos y pan en el mejor de los casos.

Condiciones precarias
Mientras que los productores de caña se quejan de que los precios del azúcar son bajos, los jornaleros originarios de trabajan en condiciones precarias por la falta de servicios de salud, y el escaso pago.
Las pequeñas instalaciones que habitan les permiten tener únicamente un colchón para dormir, si lo tienen, y la ropa que usan. La cocina está afuera del pequeño cuarto, está al aire libre, acomodan un montón de leña, algunas ollas y un comal para calentar la comida.
Es evidente la falta de servicios de salud y es evidente las condiciones del albergue ya que ni siquiera existe un espacio que les permita tener privacidad, sobre todo para las necesidades elementales como el bañarse.

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