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lunes, 23 de septiembre de 2013

La zafra que sufre

TRAS MÁS DE 50 AÑOS DE ACTIVIDAD | LA RECOGIDA DE CAÑA SE MECANIZA Y EL FUTURO DE LOS TRABAJADORES ES INCIERTO.

Cuando las venas petroleras de Bermejo se secaban y abandonaban, la construcción del Ingenio Azucarero de Bermejo (IAB) hizo rebrotar la sangre en las venas de la ciudad fronteriza más alejada del epicentro político del país. Casi 50 años después, la peor cosecha de las que se recuerda y los problemas de liquidez del Ingenio amenazan con cambiar el pulso de la población ya azotada por la crisis argentina que ha hundido la otrora febril actividad comercial.

Si hace un lustro, cerca de seis mil zafreros arribaban en Bermejo procedentes de los valles de la zona alta tarijeña, Chuquisaca y Potosí, en 2013 apenas 2.500 personas han llegado para participar de la cosecha. Una cosecha que empezó tarde y que fue sorprendida por las heladas con la mayoría de caña plantada haciendo inútil la recogida. No hay azúcar y los rostros se amargan.

JORNADAS DE HIEL

Ocho jóvenes aguardan la llegada del chofer sobre la chata que les ha de llevar a cumplir con el último turno de recogida de caña. Coca, bico y algún pucho, nada de alcohol. Hace dos meses perdieron la noción del día en que viven porque en la zafra no importa. Ni siquiera el sol o el medio día tiene tuición sobre las jornadas de trabajo. Lo que manda es el horario de entrega de la materia prima en el Ingenio Azucarero de Bermejo. Las 20.00, las 22.00 o las 04.00 de la madrugada. Si el camión tarda, o se adelanta o el Ingenio se arruina, ni modo. A las 17.00 de la tarde, los campamentos se pueblan de niños que retornan del colegio, de mamás que intentan blanquear las chamarras, de enamorados que pasean escondidos entre cañaverales, de los más adultos que tratan de conciliar una fugaz siesta y de jóvenes vigorosos que todavía sacan fuerzas para jugar un multitudinario partido de fútbol.

La jornada empieza sobre las 04.00 de la mañana, si el frío aprieta hay que mullirse en prendas duras, si hace calor también. A veces las manos no van, otras veces la cabeza. Las brasas de los cañaverales se apagan y empieza la rutina. Hasta las 10.00 se la pasan agachados machete y hoz en mano cortando la caña. Hasta el medio día debe quedar limpia en brazadas alineada en perpendicular al surco de la siembra. Cada brazada pesa más o menos un quintal y cada zafrero hace entre tres y cuatro toneladas diarias, todo depende de la planificación del Jefe de Grupo.

En la tarde todo depende del camión, de seguro llegará tarde y con prisas. De seguro la trancadera a las puertas de IABSA le hicieron perder un tiempo precioso y los más jóvenes tendrán que apurarse. Cubiertos con sacos de nylon y jeans curtidos, armados con un palo de dos palmos, empieza la loca carrera por cargar el camión. Una danza sincrónica. Los jóvenes cuelan el pasador bajo los montones de caña, tirando de riñones lo cargan sobre el hombro y aligeran para trepar por la más cercana de las cuatro escaleras de madera dispuestas a ambos lados del camión. Una y otra vez, una y otra vez. No hay tiempo para saludos, ni bromas ni risas. El catre con un colchón de dos centímetros espera como el único oasis de paz. El hollín forma parte de su ser, los pequeños mosquitos que forman enormes nubes sobre la caña quemada ya no les alcanzan. Mañana será otro día.

VIVIR BIEN

Raimundo Farfán llegó a la zafra por primera vez a los 13 años procedente de Padcaya, 15 años después sigue emocionalmente comprometido con sus compañeros, pero no quiere oír hablar de volver a meterse entre cañas, pero tampoco de volver a Padcaya. Logró ahorrar un poco de plata y se compró una movilidad con la que ahora presta el servicio como taxi en la ruta Bermejo – Tarija. Es uno de tantos que después de conocer el infierno se quedaron a vivir en él, pero del otro lado, aunque el censo 2012 sólo recoja un crecimiento de mil personas en la última década.

Raimundo fue dirigente zafrero, y conoce cada rincón de los campamentos y todavía pasa revista a los muchachos en la sede que la organización logró abrir al final del mercado Bolívar, cuando puede, se acerca con una bolsa de naranjas que reparte en la tarde entre los trabajadores que allí se hacinan, calma la sed en la jornada calurosa de finales de agosto y ayuda a limpiar el hollín.

En la sede de los zafreros se hacinan, todavía, unos 150 trabajadores, aquellos que llegaron por libre a Bermejo y que no están incorporados formalmente a ninguno de los equipos. En junio, cuando la zafra debía arrancar pero andaba trabada por las negociaciones entre cañeros e industriales, allí mismo había cerca de mil personas sin salario y sin nada que comer. Pero no todos quieren incorporarse a grupos normalizados, algunos prefieren ofrecer sus servicios por jornal o cruzar la frontera para trabajar en las zonas más escarpadas de los cañaverales argentinos, allí donde no entra la maquinaria que ya cosecha prácticamente el 95 por ciento de la caña que se procesa en el Tabacal. Allí donde los salarios son más altos, y allí donde la muerte acecha con una caída desde lo alto del camión o en forma de víbora durmiendo bajo los fardos.

Los campamentos en Bermejo están al 50 por ciento de capacidad y muchas de esas construcciones de adobe y ladrillo de los años 70, están cerrados a cal y canto. Las condiciones de miseria ya no son las mismas que hace una década, pero las cuentas ya no salen.

INESTABILIDAD LABORAL

El problema no es el salario, es que no se firman contratos, ni se da seguro social y menos aportes a la jubilación. La representante del Ministerio de Trabajo para la erradicación del trabajo infantil en la zafra, Norma Alfaro, no se atreve a dar un número cierto de contratos firmados. Sin duda son los menos.

“¿Qué futuro o que previsión?” señala Raimundo, “aquí o se gana al día o las cuentas no salen y no compensa”. El salario pactado, al final, tampoco es por persona. Los grupos que se instalan en los campamentos viven como comunidades errantes y solidarias. De los pagos por los trabajos diarios, se debe destinar dinero a la alimentación y descontar los gastos de transporte del cañero que les fue a buscar hasta el lugar de origen. Al final de cuentas, los jornales pueden rondar los 140 – 160 bolivianos por día. “Cuando vuelves a la comunidad de origen ves que no hay nada, si no trabajas no ganas”.

El riesgo, reconoce, es el impago. Con la mitad de la cosecha sin vender de 2012, los industriales no pagaron a los cañeros que a su vez no pagaron a los zafreros. “¿Dónde van a reclamar?” advierte Alfaro.

¿INFANCIA VOLVERÁ?

En Campo Grande, una de las comunidades estables entre los campamentos zafreros, dos niños que levantan cuatro palmos del suelo juegan a los espadachines con, como no, dos trozos de caña. De vez en cuando se paran a escuchar el rumor de la grada que jalea a los futbolistas, y corretean a escoltar el camión cargado de caña mientras las señoras les advierten a gritos que se alejen.

Los niños juegan ajenos a un mundo que languidece, tres meses recorriendo los campamentos son dueños y señores de un lugar al que quizá no volverán al otro año.

Con el programa de Erradicación del Trabajo Infantil del Ministerio de Trabajo se ha logrado controlar la presencia de los niños en la zafra.

No hace tanto, lo habitual es que los menores acompañaran a sus papás y colaboraran limpiando la caña. Hoy se ha dispuesto y se intenta concienciar sobre la necesidad de que los niños acudan al colegio. Para los más pequeños se han habilitado Centros Infantiles de Recreo (Centir) en casi todos los campamentos con profesionales o voluntarios a cargo, para los de edad escolar, el transporte los recoge cada mañana muy de mañana para trasladarlos a la Unidad Educativa más cercana. Norma Alfaro y Raimundo Farfán son conscientes de que desde la Federación y el Ministerio se ha hecho un esfuerzo por mejorar esas condiciones pero lamenta que una generación de niños se perdieron en la zafra y que hoy, años después, vuelven como brazeros a trabajar. Ambos creen que ese ciclo ya no se volverá a repetir.

Bermejo languidece, con el petróleo casi agotado, las fronteras comerciales paralizadas y el azúcar estancado. ¿Cuánto más se puede resistir? ¿Hay salida? Una planta procesadora de cítricos aparece en el horizonte como la nueva apuesta para el desarrollo agroindustrial de la zona. ¿Será posible esta vez?.

LA GUERRA COMERCIAL DAÑA A LOS ZAFREROS

Por un lado, las grandes desbrozadoras que cortan, limpian y cargan mientras el chofer, prácticamente, descansa en la cabina y que desde hace una década se usan en la Argentina ya se están instalando en Bermejo. La reducción de mano de obra ha sido radical. De 40 a uno en apenas un año.

Por otro, la organización zafrera siempre es la más débil en cuanto a las negociaciones salariales a cuatro bandas. En 2012, el 50 por ciento de la zafra bermejeña, casi medio millón de quintales quedaron almacenados en las bodegas de la empresa. La escasez de hace unos años pasó la historia, el alza de precios, la agilidad comercial de los ingenios cruceños y quizá un cambio progresivo en las costumbres culinarias ha saturado el mercado.

Los industriales (IABSA es una sociedad participada por los propios trabajadores) no están dispuestos a pagar más por la caña y se activa el programa maquila, por el que los cañeros son compensados con quintales de azúcar y no con dinero.

Los cañeros, que en un gran número son también trabajadores de IABSA y otro forma parte de la poderosa Federación de Asociaciones Interculturales de Bolivia, uno de los grupos matrices del Movimiento Al Socialismo (MAS) no ceden en sus pretensiones y exigen pago por la caña y por sus derivados (alcohol, etc.). Con presión exigen al presidente Evo Morales que cumpla su promesa electoral de 2009 de construir un nuevo ingenio para ellos o de lo contrario, expropiar el 51 por ciento de las acciones de IABSA, que por otro lado, agobiada por sus deudas, debate a diario esa posibilidad. El negocio azucarero en Bermejo mueve unos 150 millones de dólares por año.

Entre pelea y pelea, los zafreros aguardan su momento para negociar, conscientes de que lo mejor es no hacerlo. A lo que cañeros e industriales se ponen de acuerdo ya es demasiado tarde y hay que apurar la cosecha para evitar que la caña se arruine en el campo si se adelantan las lluvias, y en ese momento se hacen valer las negociaciones personales, ya con la zafra iniciada.

El director regional del ministerio de Trabajo, Pablo Galván, convoca reuniones a las que las partes no asisten o llegan con propuestas desorbitadas por lo alto o por lo bajo. Finalmente levanta las manos. “Lo que se recomienda es que se mantengan los precios por tonelada de la gestión pasada”. En 2012 se acordó 55 bolivianos por tonelada de caña, pero a finales de agosto, los zafreros ya han negociado con su Jefe de Grupo (Cañero coordinador de alguna zona de cosecha) salarios por encima de los 60.

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