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domingo, 20 de julio de 2014

Los zafreros, la mano de obra detrás de los granos de azúcar



Antes de que el sol bañe la tierra con sus primeros rayos, los zafreros dejan sus hogares para garantizar el sustento de los suyos y coadyuvar en el corte de caña, materia prima para la producción del azúcar que llega a las mesas de familias bolivianas y extranjeras.

De acuerdo con el presidente de la Federación de Cañeros de Santa Cruz (FCSC), Federico Martínez, la cosecha de 146.000 hectáreas de caña plantadas para la presente campaña en el departamento genera aproximadamente 10.000 fuentes de empleo.

Los zafreros —con la piel curtida por los rayos del sol y las manos encallecidas por el machete, su aliado principal en esta faena— representan el 40% de la logística que se requiere para la cosecha; la maquinaria cubre el otro 60%.

Estos hombres, que a eso de las cinco de la madrugada se internan en los cañaverales para ganar tiempo y aprovechar la sombra, tienen las manos ligeras y el machete más afilado que el cuchillo de un carnicero.

Para Darío Rivero, mejor conocido como Chino —quien lleva 40 de sus 60 años cortando caña— el trato a los zafreros ha mejorado desde 2009, lo cual ha aliviado también su trabajo.

Experiencia. “Antes teníamos que cortar y cargar la caña al camión o a las chatas. Eso sí que era pesado. Ahora, gracias a la mecanización, solo llegamos a amontonar (los tallos) en el suelo para que la máquina se encargue del carguío”, afirma Rivero mientras afila su machete en una piedra.

Chino, padre de cinco hijos y abuelo de 15 nietos, es de origen chiquitano pero vive desde muy joven en el municipio de Saavedra, distante a 70 kilómetros al norte de la ciudad de Santa Cruz.

“Al día llegamos a cortar entre 8 y 10 toneladas (t) de caña, si bien esto depende de la agilidad en los brazos y la experiencia”, explica. La tarifa por corte de caña oscila entre los Bs 29 y 30 la t. Los zafreros se alegran cuando la producción es abundante y la caña gruesa y pesada, y se deprimen cuando las lluvias o sequías reducen la calidad de los cañaverales.

Los trabajadores toman su primer descanso a eso de las 10.00, el único momento del día en el que le prestan atención a los foráneos y aprovechan para contar ocurrencias, mientras mastican coca, su principal fuente de energía. “Esto es vitamina C para nosotros, porque sin esto no cortaríamos ni una tonelada”, dice Tito Cuyatid, quien usa un sombrero de paja y viste camisa de manga larga y pantalones con remiendo.

Estos hombres viven durante meses en medio de los cañaverales, el ruido de las aves, la molestia de los mosquitos y la amenaza constante de las víboras, que a más de uno le ha dejado un susto que difícilmente podrá olvidar.

Cuyatid, un padre de cinco niños que lleva diez años trabajando en los cañaverales, se califica a sí mismo como el “más novato” luego de echarse debajo de una pequeña choza construida con caña. “La zafra y el trabajo en el campo es la única opción que tenemos para sobrevivir. Pero no nos podemos quejar, trabajo siempre hay”, afirma sonriendo, antes de volcar su atención a una de las bromas de Chino, quien es el más antiguo de los zafreros.

David Flores recuerda que su padre lo trajo a Santa Cruz para trabajar en los cañaverales hace 17 años. Desde entonces se dedica a esta labor. “Soy colla, pero ahora ya parezco camba. ¿No lo ven?”, pregunta a tiempo de generar una carcajada entre sus colegas.

LABOR. Santos Menacho cuenta que cuando empezó a cortar caña, hace más de una década, había trabajadores de otros departamentos que eran trasladados de cañaveral en cañaveral en camiones y que vivían en campamentos. Ahora, ese tipo de zafreros casi han desaparecido, porque la mayoría de la gente que se dedica a esta actividad vive en la misma zona donde se realiza la zafra.

Waldo Camacho, otro experimentado de origen potosino que empezó en el rubro hace 26 años, recuerda que emigró a Santa Cruz junto a sus hermanos mayores cuando era niño. Desde entonces se quedó en las llanuras del oriente. “Al principio fue difícil. Para los zafreros del interior, los mosquitos y las víboras eran nuestra peor pesadilla, pero con el pasar del tiempo aprendimos a lidiar con estos animales. Ahora no me iría por nada de esta tierra”, afirma antes de observar la superficie de caña que resta por cortar.

Los trabajadores de la tierra de Saavedra tienen poco interés y tiempo para pensar en la política y conocen poco sobre los gobernantes. “Dicen que es un indio el Presidente, pero para nosotros las cosas siguen igual que hace 40 años, seguimos trabajando con pala y machete”, sonríe Chino, quien recibe una palmada en la espalda de sus amigos en señal de que es tiempo de volver al trabajo.

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